Leocadia irrumpe en la habitación exigiendo respuestas. Ángela, temblorosa, esquiva la mirada de su madre y murmura excusas vagas sobre su salud, pero no puede engañar a la mujer que la crió. Leocadia, entre la preocupación y la ira, le exige que diga la verdad. Ángela apenas puede contener las lágrimas, toma su pañuelo y se marcha con una excusa débil, dejando a su madre con un presentimiento oscuro que se enraíza como una sombra en su corazón.

Sola en la habitación, Leocadia empieza a atar cabos. Algo terrible ocurrió. Y si alguien ha osado herir a su hija, pagará caro. Decide actuar. Baja al ala de los criados, donde interroga sin rodeos a Curro. Su tono es venenoso, lo acusa directamente de haber hecho daño a Ángela. Curro se defiende con firmeza y dignidad, pero la tensión es absoluta. Leocadia lo amenaza, lo humilla, y Curro solo responde con temple: “Ya no soy ese niño de antes… y no voy a dejar que le hagan daño.”

En otra escena brutalmente íntima, Ángela busca aire en el patio interior. Está pálida, temblorosa, perdida. Pero no está sola. Lorenzo aparece con su arrogancia habitual y su cinismo cruel. Se acerca a ella con insinuaciones asquerosas, recordándole lo que ocurrió aquella noche. “No te hagas la santa”, le lanza. Ángela, con el corazón acelerado y la rabia contenida, le advierte: “Si vuelves a acercarte a mí, juro que lo contaré todo.” Pero Lorenzo la acorrala verbalmente, intenta manipularla, recordándole que si habla, será ella quien lo pague. “Nadie te creerá. Vas a destruir tu reputación. Serás tú la señalada.”

En ese instante, Leocadia aparece a lo lejos y se congela al verlos juntos. Se acerca, inquieta. “¿Qué está pasando aquí?”, pregunta. Lorenzo intenta minimizarlo todo. Ángela no responde. Pero la semilla de la duda ya ha germinado en el alma de la madre. Leocadia no es ingenua. Algo huele mal. Y Lorenzo no se da cuenta de que el tiempo para jugar se ha terminado.

En paralelo, Curro, que ha presenciado parte de la escena desde lejos, se acerca a Ángela. Ella intenta alejarlo, pero él insiste. No la dejará sola. Finalmente, sentados junto a la fuente, Ángela se quiebra. Le confiesa lo que Lorenzo le hizo: que se aprovechó de ella tras la fiesta, que la tocó sin consentimiento, que la hirió profundamente. Las palabras son cuchillas en el aire. Curro se queda mudo, roto por dentro. Luego, su rabia se desborda.

Instantes después, el palacio estalla en gritos. En el salón principal, Curro, fuera de sí, se lanza sobre Lorenzo y lo golpea con brutalidad. Grita su furia, lo llama cobarde, basura. Lorenzo intenta defenderse, pero es superado. Criados corren. Alonso, furioso, baja por la escalera: “¡Esto no es una taberna! ¡Lárgate, Curro!” Pero justo cuando va a expulsarlo, una voz lo interrumpe: Leocadia.

Ella entra, furiosa, y exclama: “¡Él no se va!” Mira a Curro a los ojos. “¿Qué te hizo Lorenzo?” Y es entonces cuando la verdad explota en medio de todos. “Intentó aprovecharse de tu hija. Ángela lo detuvo, pero quedó destrozada.” El salón se congela. Nadie respira. Leocadia se vuelve lentamente hacia Lorenzo… y sin decir palabra, le cruza la cara con una bofetada que lo lanza al suelo.

Lo empuja, lo patea, le grita: “¡Desgraciado! Si vuelves a tocarla, te entierro con ese uniforme podrido que llevas!” Alonso intenta intervenir, pero Leocadia se lo impide. “Tú siempre lo has protegido, ¡pero hoy no! Hoy paga por todo.” Curro intenta calmarla. Lorenzo, herido y humillado, escupe amenazas. “Se van a arrepentir…”

Leocadia lo mira con fuego en los ojos: “El único que va a arrepentirse de haber cruzado el camino de mi hija… eres tú.” Y así, el silencio vuelve… pero la guerra dentro del palacio ha comenzado.

El equilibrio se ha roto. La verdad ha salido a la luz. Y ahora, La Promesa arde por dentro. ¿Podrá Lorenzo seguir manipulando a todos? ¿Alonso hará justicia o volverá a proteger lo indefendible? ¿Podrá Ángela recuperar la paz? ¿Y qué hará Curro ahora que lo ha arriesgado todo por ella?

El próximo capítulo promete ser aún más explosivo.
¡No te lo pierdas!