Spoiler largo con el título: “El oscuro juego de la Marchesa Cruz”

La marchesa Cruz toma una decisión estratégica e inquietante: instala al padre Samuel como huésped permanente del palacio. Desde ese momento, el sacerdote se convierte en una figura constante y silenciosa, observando cada movimiento del personal con una mirada inquisitiva que transforma el ambiente en un espacio cargado de sospechas y tensión. La servidumbre empieza a cuestionarse entre sí, preguntándose quién es realmente leal a quién en este nuevo juego de poder que se está tejiendo dentro de los muros de La Promesa.

Mientras tanto, Catalina vive su propio drama personal. Las palabras de Pelayo caen sobre ella como una losa: no tiene intención de reconocer al hijo que lleva en el vientre. Su mundo se desmorona, sus esperanzas se hacen añicos, y se encuentra enfrentada a una decisión desgarradora que marcará su vida para siempre. Su desesperación invade cada rincón del palacio, contagiando el aire ya denso por las intrigas que circulan. ¿Cómo puede sobrellevar semejante desilusión?

Pero el verdadero terremoto emocional se produce cuando Petra, siguiendo órdenes directas de Cruz, hace un anuncio estremecedor: Ana Expósito deja de ser una simple doncella, y a partir de ahora será tratada como la futura marquesa. Lo que podría parecer un honor, en realidad es una trampa disfrazada de privilegio, una jaula dorada de la que Ana no podrá escapar fácilmente. Atónita, Ana comprende que ha caído en una red tejida con maestría por Cruz, y su mirada refleja una mezcla de rabia, impotencia y resignación. Manuel, por su parte, interpreta esta jugada como un gesto de reconciliación, sin darse cuenta de que está cayendo en una trampa que lo aleja cada vez más de Jana, mientras Cruz observa satisfecha, sabiendo que su estrategia está funcionando.

El destino de Jana parece ya sellado, atrapada entre el amor sincero que siente y la voluntad maquiavélica de Cruz. ¿Logrará liberarse o quedará atrapada en el destino que le han impuesto? Mientras tanto, en el gran salón se libra otro combate, más sutil pero igual de mortal. Lorenzo y Ayala convierten chismes venenosos y chantajes en armas punzantes, moviéndose como expertos jugadores sobre un tablero invisible donde cada palabra puede ser un golpe fatal.

Martina también toma protagonismo al confrontar al conde con la verdad sobre el envenenamiento, decidida a destapar todas las mentiras que cubren al palacio. La tensión se hace tan densa que podría cortarse con un cuchillo. En ese ambiente cargado de sospechas, llega el sargento Funes, con un rostro sombrío que siembra el desconcierto entre todos. Pide ver al marqués Alonso y, al encontrarse, la atmósfera se vuelve irrespirable. Durante unos segundos interminables, todo apunta a una catástrofe inminente… hasta que el sargento rompe el silencio: Romulo será liberado por falta de pruebas en la muerte de Gregorio. Alonso queda sin palabras, conmovido por la noticia que ya no se atrevía a esperar, aunque en su interior nunca dudó de la inocencia de su fiel mayordomo. Aun así, nota algo extraño en la mirada del sargento, una inquietud que no puede explicar y que le deja un mal presentimiento.

En paralelo, el embarazo de Catalina ya es evidente y se convierte en un secreto imposible de ocultar. Martina, temiendo por la reputación de su prima y de toda la familia, insiste en que se fije cuanto antes la fecha de la boda con Pelayo. Pero él, atrapado en sus propias contradicciones y con motivos que aún no revela, sigue postergando la decisión, sumiendo a Catalina en un abismo de angustia. Su corazón está roto y su dignidad, herida. Martina, firme en su apoyo, se convierte en el único pilar de Catalina en medio de la tormenta.

El comportamiento de Pelayo revela finalmente su verdadera naturaleza. Detrás del hombre atento y comprometido, se oculta alguien frío, manipulador y sin escrúpulos. En una conversación tensa con el mayordomo Ricardo, Pelayo confiesa que nunca quiso hacerse cargo del bebé y admite que llevó a Catalina a ver a Romulo con la esperanza de que la situación pusiera en peligro el embarazo. Ricardo queda consternado: Pelayo deseaba que Catalina perdiera al bebé. Esta revelación brutal cambia por completo la imagen que se tenía de él, desvelando una personalidad maquiavélica capaz de todo para evitar responsabilidades.

Por su parte, María Fernández no encuentra paz. Su relación con Salvador está al borde del colapso, devorada por dudas y miedos que minan la confianza día a día. Agobiada, busca consuelo en el párroco del pueblo, deseando entender si aún vale la pena luchar por ese amor que se desmorona. Simona y Candela hacen todo lo posible por salvar la relación, pero la determinación de María las deja sin recursos. Cuando ella menciona rumores sobre una posible infidelidad de Salvador, ambas mujeres quedan en shock. La incredulidad de sus amigas solo profundiza su sensación de aislamiento.

En medio de todo esto, Manuel demuestra una habilidad sorprendente para negociar con frialdad y decisión. Su intervención en el caso de Romulo impresiona a todos, incluso a los propios marqueses. Finalmente, Romulo está por regresar a La Promesa, y la alegría se desborda entre la familia y el servicio. Aunque su salud es delicada tras su paso por prisión, todos se movilizan para cuidarlo con cariño.

Sin embargo, solo a Jana le revela Manuel toda la verdad: le confiesa que sobornó al sargento para asegurar la liberación de Romulo. Jana, al escucharlo, queda impactada. Esta revelación plantea nuevas preguntas sobre quién está realmente detrás de los hilos que mueven todo lo que ocurre en La Promesa. Lo que Cruz —y tal vez también los espectadores— aún no sospechan es quién es la verdadera mente maestra detrás de este complejo juego de poder.

¿Será posible detener esta maquinaria de engaños, traiciones y manipulaciones antes de que sea demasiado tarde? ¿Y hasta dónde está dispuesta Cruz a llegar para salirse con la suya?