Spoiler largo con el título: “Carlos de Austria frena La Promesa tras descubrir un secreto que llevaba tiempo oculto”
La rutina del palacio se ve bruscamente interrumpida por una revelación devastadora que lo cambia todo. En el centro del torbellino se encuentra Ricardo Pellicer, el estricto pero justo mayordomo de La Promesa, interpretado por Carlos de Austria. Durante años ha sido un pilar de integridad y orden en el palacio, respetado tanto por la familia marquesal como por los sirvientes. Sin embargo, esta jornada que parecía comenzar como cualquier otra, se transforma en una auténtica sacudida emocional para él, desmoronando sus cimientos tanto personales como profesionales.
El regreso de su hijo Santos al palacio parecía haber traído consigo un rayo de luz. Ricardo, conmovido por tener de vuelta a su hijo, se mostraba ilusionado y dispuesto a recuperar el tiempo perdido. Su rostro, normalmente contenido y rígido, reflejaba una rara emoción que no pasaba desapercibida. Pero esa dicha resulta efímera. Lo que hasta ese momento era esperanza y reencuentro se convierte en decepción y angustia. La verdad, escondida durante mucho tiempo, emerge finalmente para sacudir a Ricardo de forma brutal: Santos no ha cambiado.
El joven, que durante semanas se había mostrado amable y dispuesto, en realidad escondía un rostro mucho más siniestro. Su actitud aduladora y servicial no eran más que una máscara para encubrir su carácter manipulador, oportunista y calculador. Poco a poco, y gracias a una serie de acontecimientos que se irán revelando, Ricardo empieza a notar incongruencias en el comportamiento de su hijo, cosas que no encajan, comentarios velados, actitudes que no corresponden con las de alguien verdaderamente arrepentido o cambiado.
La tensión va en aumento cuando Ricardo encuentra pruebas y escucha conversaciones que confirman sus peores temores: Santos está actuando en la sombra, utilizando su posición para obtener ventajas personales a costa de los demás, moviéndose con astucia para ganarse la confianza del servicio, de los marqueses… y de su propio padre. El impacto para Ricardo es doble. Por un lado, se siente traicionado como padre; por otro, su ética profesional como mayordomo se tambalea, pues ve cómo su apellido queda manchado por las acciones de su propio hijo.
El capítulo se convierte así en un despliegue emocional de primer nivel. Ricardo debe enfrentarse a una verdad que le cuesta asimilar. ¿Cómo aceptar que su hijo, al que ha defendido, por quien ha intercedido y al que ha recibido con los brazos abiertos, solo ha vuelto para manipular? ¿Cómo mantener su compostura como mayordomo mientras su corazón está en ruinas? Este golpe lo paraliza, lo detiene, y lo obliga a cuestionar su papel dentro del palacio: ¿Puede seguir siendo el guardián del orden y la moral si en su propio entorno familiar reina el engaño?
Las escenas se llenan de miradas entrecruzadas, silencios incómodos y verdades no dichas que finalmente estallan. La decepción de Ricardo se convierte en el hilo conductor del episodio, con momentos de introspección dolorosa donde el personaje se enfrenta a sus decisiones pasadas. Empieza a repasar cada gesto, cada palabra de su hijo, y se da cuenta de que, ciego por el amor, no quiso ver las señales que siempre estuvieron ahí.
Esta revelación no solo trastoca su presente, sino que reconfigura por completo su futuro dentro de la serie. Lo que parecía una línea narrativa de redención y reencuentro entre padre e hijo se convierte en una historia de traición, de límites morales y de decisiones difíciles. Carlos de Austria entrega una interpretación contenida, llena de matices, donde el dolor del personaje se refleja en cada gesto, en cada palabra pronunciada con la voz entrecortada, en la forma en que sus hombros se encogen como si llevaran una carga insoportable.
La dinámica dentro de La Promesa cambia también. El resto del servicio comienza a notar el comportamiento extraño de Santos, y aunque muchos aún no saben la magnitud de lo que ha hecho, la tensión se palpa en el ambiente. Ricardo, en una encrucijada interna, no sabe si proteger a su hijo o exponerlo para salvaguardar los valores que siempre ha defendido. Esa dualidad es lo que lo paraliza, lo que lo obliga a “frenar” su historia dentro de la ficción, como señala el título del spoiler.
Mientras tanto, los marqueses también empiezan a percibir que algo no va bien. Alonso, siempre atento al funcionamiento del palacio, lanza preguntas veladas a Ricardo, quien intenta mantener la compostura, aunque el dolor se asoma en su mirada. Jana y María Fernández, sensibles al sufrimiento ajeno, tratan de apoyar sin invadir, conscientes de que algo importante está ocurriendo, pero sin tener aún todas las piezas del rompecabezas.
Este giro argumental marca un antes y un después para el personaje de Ricardo. Lo que descubrirá no solo lo cambiará como padre, sino que afectará su manera de relacionarse con el resto del personal y con los señores del palacio. La confianza, una vez quebrada, no es fácil de recuperar, y Ricardo lo sabe bien.
El capítulo culmina con una escena poderosa: Ricardo, solo en su habitación, abre el pequeño baúl donde guarda cartas y recuerdos de Santos cuando era niño. Las observa con una mezcla de ternura y rabia, y en un gesto simbólico, los guarda de nuevo y cierra el baúl con firmeza. Ha tomado una decisión, aunque aún no la ha verbalizado: no permitirá que el amor de padre nuble su juicio como hombre íntegro.
Así, La Promesa vuelve a dar un giro inesperado, posicionando a Ricardo en el centro del conflicto. Carlos de Austria entrega una actuación sobria y devastadora, y su personaje se convierte en un espejo para muchos: ¿qué hacer cuando la verdad te obliga a elegir entre la sangre y los principios? ¿Puede un corazón roto seguir guiando con rectitud? La audiencia queda expectante, sabiendo que lo que viene será aún más intenso.