La Promessa: avances exclusivos. El gran dilema del 28 de julio
Una noche que nadie podría haber previsto pondrá a prueba cada esperanza en La Promesa. Todo comienza con el llanto de una bebé enferma: el futuro de su vida pende de un hilo, mientras el aire huele a lavanda y miedo. Catalina está dispuesta a enfrentarlo todo por salvar a su hija; los pasillos del palacio murmuran secretos prohibidos… y cuando todo parece perdido, ocurre algo nunca imaginado. Alguien, creído desaparecido, reaparece desde las sombras con un cuerpo diminuto en brazos. ¿Quién es? ¿Qué guarda ese silencio cargado de significado?
Un regreso inesperado cambia el equilibrio
De repente, emergiendo del portal de La Promessa, Giana aparece sosteniendo en brazos a la pequeña Raffaela. Todos la creían muerta… pero está viva, transformada, serena. La noche que parecía marcar el final de la neonata se convierte en un instante suspendido entre misterio y esperanza. Catalina, rivalizando contra su padre Alonso, sugiere huir a Italia para salvarla. Mientras tanto, Leocadia y Lorenzo brindan en secreto, convencidos de que la tragedia es inminente. Sin embargo, el milagro ocurre: Raffaela desaparece de la cuna y reaparece en los brazos de Giana, cuyo silencio encierra secretos capaces de derrumbar reinos enteros.
La agonía en la habitación: febriles susurros
La escena es devastadora. Catalina cae junto a la cuna tallada, febril, aferrada a las sábinas impregnadas de lavanda mientras Raffaela se consume con fiebre. Su hermano gemelo duerme ajeno, su respiración regular más dolorosa que mil palabras. Adriano, impotente, se lleva las manos al cabello mientras afuera, Pía informa temblorosa a otro médico: una profesional experta, pero derrotada. Nada funciona; solo les queda esperar.
Alonso, furioso, irrumpe en la sala principal. “¿De qué sirve un título si no puedes salvar a tu sobrina?”, ruge, mientras los sirvientes retroceden asustados. Catalina, transformada en una leona maternal, responde: “¡Nos vamos a Italia!” habla de clínicas avanzadas y niño sanos. Alonso lo tacha de locura criminal; ella, desafiante, acusa a la casa de ser una prisión maldita que desea la muerte de Raffaela. La tensión alcanza su punto álgido.
Una traición y una promesa pública
Catalina enfrenta a su padre con mirada temblorosa:
“¿Alguna vez sostuviste un niño moribundo en tus brazos? ¿Sentiste cómo su corazón se apaga ante médicos impasibles?”
Alonso la llama histérica. “No es histeria… es amor. Es desesperación. Algo que quizás nunca supiste mostrar, padre”. Su acusación lo atraviesa como un puñal. Alonso intenta mantener el control, exigiendo que las atenciones médicas se realicen dentro del palacio. Pero Adriano rompe con un emprendedor insistente:
“Si ella no resistiera hasta la llegada del médico, ¿qué harías después?”.
Catalina lo interrumpe: no se quedará quieta.
Alonso la observa: en sus ojos reconoce la tenacidad de su difunta esposa, un fuego que atraviesa generaciones. Su mirada se quiebra.
“Es mi hija, y yo decidiré su destino”, concluye. Alonso retrocede, derrotado.
El milagro puede estar en lo inesperado
En ese instante, Pía irrumpe con una noticia crucial: en lo alto de la montaña, vive una curandera proscrita de la medicina oficial… capaz de hacer milagros. Catalina enciende una última llama de esperanza:
“Si hay algo que podamos hacer, debemos intentarlo”.
Con el permiso silencioso del marqués, Pía parte en su búsqueda, dejando un resquicio de esperanza donde pocos existían. Mientras tanto, Leocadia sirve veneno en copas de cristales de salón, brindando en secreto con Lorenzo… celebrando una muerte futura como si ya hubiera ocurrido. El rostro frío del marqués mientras se sirven el sherry revela que su lógica es mortal: si Raffaela muere, una pieza del rompecabezas de su poder habrá desaparecido. En ese brindis oscuro, se celebra una traición velada.
Una madre superhéroe y una promesa en forma de promesa
Catalina, custodiando la cuna, murmura a Raffaela:
“Aguanta, mi guerrera. Hasta que te saque de aquí, te llevaré al fin del mundo”.
Adriano ora en silencio, dispuesto a entregar su vida por la de su hija. Incluso Alonso, con el dolor visible, respira junto a la madre y el padre. Solo unos instantes después, el silencio es rasgado por un débil gemido. Catalina corre a la cuna: ¡Raffaela está viva! La fiebre ha bajado. Frente a ella, Giana hace su entrada definitiva. Serena, viva. Ha aprendido fuera lo que el palacio jamás le enseñó, y ha vuelto porque aún no era el momento de partir.
Manuel, paralizado, la mira como un fantasma.
Catalina, incrédula, balbucea: “¿Eres tú?”.
Giana responde con calma:
“Sí, estoy viva. Volví porque aún no era mi momento de decir adiós”.
Manuel, entre rabia y emoción, la acusa:
“Estuviste viva y nos hiciste sufrir”.
Ella, con sus primeras lágrimas, replica:
“No soy un ángel. Soy una mujer que hizo lo necesario para sobrevivir. Reconquistaré tu confianza día a día”.
Luego pasa a Raffaela. Manuel, aún en duda, busca la mano de la bebé.
“¿Todo estará bien?”, susurra.
Giana asiente. Una promesa silenciosa flota en el aire: todo va a estar bien.