La telaraña de Leocadia empieza a deshacerse… y su propia hija puede ser su ruina.
En La Promesa, esta semana, los cimientos del poder que Leocadia Figueroa ha construido pacientemente comienzan a temblar. Durante meses, esta mujer sin título nobiliario, pero con ambición desbordante, ha manejado los hilos del servicio, los negocios del señorito Manuel, las decisiones internas del palacio e incluso la boda de Rómulo. Todo sin alzar la voz, sin salir de las sombras. Pero ahora, ese castillo de influencias podría derrumbarse… y el golpe lo dará su hija.
Desde que llegó Cristóbal Ballesteros al palacio, el nuevo mayordomo jefe, se han multiplicado los rumores: Leocadia lo ha traído para controlar el servicio desde dentro. No es un simple empleado, es su peón. Un hombre serio, sin vínculos pasados en La Promesa, que responde solo a ella. Su primer movimiento fue colocar a Petra Arcos bajo vigilancia directa. Petra, antaño leal a doña Cruz, se ha convertido en un obstáculo. Ahora rinde cuentas a Cristóbal, quien no le da respiro.
Pero la influencia de Leocadia no se detiene en la planta baja. Enora Méndez, la joven ingeniera del hangar, empieza a sentir el peso de su mirada. Enora, con ideas frescas y autonomía, se convierte rápidamente en una amenaza para el orden tradicional que Leocadia quiere imponer. La tensión entre ambas va creciendo y Enora descubre que el verdadero peligro en La Promesa no está en los motores, sino en las intrigas palaciegas. Una guerra entre mujeres de carácter se está gestando, y promete ser devastadora.
Leocadia ha soñado toda su vida con un título que valide su posición, un lugar entre la nobleza. Pero ese anhelo ha sido siempre frustrado. El duque de Carvajal y Fuentes, al despedirse de ella recientemente, lo dejó claro: Adriano fue conde por mérito, mientras que ella, sin sangre azul, solo ha conseguido poder a base de favores e influencias. Fue uno de los pocos momentos en que la vimos tambalearse, tragar saliva y retirarse sin respuesta.
Con todo eso a cuestas, Leocadia ha decidido jugar sus cartas con más precisión que nunca. Sin embargo, en La Promesa, todo lo que se construye desde la sombra puede quedar expuesto a la luz… y la bomba está a punto de estallar.
El epicentro del escándalo tiene nombre propio: Ángela, su hija. En los avances semanales, se anticipa que el puñetazo que Ángela le propinó al marqués de Andújar comenzará a salir en la prensa. Lo que inicialmente parecía un estallido personal, se convierte en una amenaza pública. Y no solo para Ángela, sino para toda la imagen de respetabilidad que Leocadia ha cultivado.
Porque si ese escándalo se convierte en dominio público, los nobles comenzarán a cuestionar la legitimidad social de Leocadia y su familia. Su origen humilde, su falta de linaje, su ambición desmedida… todo quedará al descubierto. Y para una mujer obsesionada con el qué dirán, esto no sería solo una vergüenza: sería la caída total.
Los duques, el marqués, los invitados… nadie verá con los mismos ojos a quien permitió tal espectáculo. Y, lo más peligroso, su enemigo más poderoso: el duque de Carvajal y Fuentes, podría dejar de apoyarla. Si Leocadia pierde ese respaldo, perderá todo.
Mientras tanto, la figura de Alonso, el marqués de Luján, queda reducida a mero espectador. Aunque debería haber defendido la posición de Ricardo Pellicer como mayordomo jefe, guarda silencio ante la imposición de Cristóbal. Leocadia hace y deshace a su antojo, incluso delante de él. El marqués parece haber sido domado, convertido en una pieza más del tablero de la mujer que se mueve, como dicen muchos, como reina sin corona.
Lo más inquietante es que nadie, salvo Enora y tal vez Petra, parece dispuesto a enfrentarla. La mayoría del servicio ha aprendido que resistirse a Leocadia trae consecuencias. Pero los secretos no se pueden enterrar para siempre, y el escándalo de Ángela puede ser solo el primero de muchos en salir a la luz.
Porque en La Promesa, las alianzas se tambalean, los silencios se rompen y el pasado siempre vuelve a pasar factura. Leocadia ha tejido una red perfecta… pero ha olvidado que hasta las arañas más hábiles pueden quedar atrapadas en su propia tela.
Esta semana será definitiva. Las miradas están puestas en la prensa, en las reacciones de los nobles, en los movimientos de Cristóbal, en las decisiones de Enora… y sobre todo, en el próximo paso de Leocadia, la mujer que parecía tenerlo todo bajo control, pero que ahora podría ver cómo su imperio se derrumba por un simple golpe… el puñetazo de su propia hija.
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