En La Promesa, mientras los Luján se distraen con la rutina, las labores y las ruinas emocionales que arrastran, Leocadia de Figueroa lleva a cabo una operación tan eficaz como devastadora: borrar a la familia noble del mapa social, político y simbólico… sin que apenas lo noten.
El marqués Alonso, antaño cabeza indiscutible del linaje, se ha convertido en una figura decorativa, un mero firmante sin voz. Catalina, con todo su empeño en modernizar la finca y proteger los derechos laborales, ha descuidado —quizá sin darse cuenta— el terreno más simbólico y fundamental para cualquier familia noble de principios del siglo XX: el escaparate social. Y mientras tanto, Leocadia se ha erigido como la auténtica cara visible de los Luján.
Esta transformación no ha sido de la noche a la mañana. Leocadia ha jugado su ajedrez con movimientos medidos: primero, se ofreció a pagar los sueldos del servicio cuando la economía del marquesado colapsaba. Eso le dio autoridad, respeto y poder. Quien paga, manda. Desde entonces, todo el personal responde ante ella. Pero no se ha quedado en el interior de la casa. También ha extendido sus tentáculos hacia el exterior: ha recuperado el prestigio de la familia en los círculos sociales con generosas donaciones y acciones de caridad, atribuyéndose, por supuesto, todo el mérito.
Recordemos una escena reciente: el Círculo Mercantil de Córdoba vuelve a tener en cuenta a los Luján tras los últimos escándalos. ¿Casualidad? Nada de eso. Ahí está la mano de Leocadia. Muy probablemente ha hecho una gran donación o inversión en nombre de la familia, asegurándose que su nombre —y no el de Alonso o Catalina— sea el que aparece en los titulares. No es Cruz la que dona, ni Alonso el que gestiona: es Leocadia la mecenas, la benefactora, la marquesa de facto.
Y es que en esta sociedad, mantener el estatus no era solo cuestión de tierras o títulos, sino de imagen pública. Obras benéficas, presencia en eventos sociales, patronazgos… todo eso daba visibilidad. Las marquesas no solo debían administrar, sino representar, influir, crear vínculos estratégicos. Algo que Cruz supo manejar en su momento, y que Catalina ha descuidado, quizá por centrarse en lo tangible. Y mientras tanto, Leocadia ha ocupado ese vacío con una sonrisa, un cheque y una mano tendida… solo para luego cerrar el puño.
Ya no se habla de Catalina, ni de Martina, ni de Alonso en las reuniones de sociedad. Los periódicos no recogen sus nombres ni sus logros. Ahora todo gira en torno a Leocadia de Figueroa, la mujer que se presenta como la auténtica voz de los Luján, como si siempre hubiera pertenecido a esa cuna.
¿Y qué pasa dentro del palacio? Exactamente lo mismo. Leocadia no solo ha decidido quién es el nuevo mayordomo jefe, sino que lo ha impuesto. Ha relegado a Ricardo Pellicer, humillándolo públicamente, y ha traído a Cristóbal Ballesteros, una figura pulida y leal a ella. Un peón perfecto. Así, no solo controla el servicio, sino que borra cualquier símbolo de resistencia o identidad previa en la casa. Poco a poco, todo lleva su sello.
Y lo más preocupante: nadie en el marquesado está haciendo frente a esta absorción simbólica. Catalina tiene el carácter, pero está centrada en otras luchas. Alonso… simplemente no está. Martina mantiene su elegancia, pero no tiene el alcance ni la influencia. Jacobo apenas aparece. Y así, Leocadia avanza sin resistencia.
¿El objetivo final? Cada vez queda más claro: Leocadia no quiere ser una consorte más… quiere el título. No aspira a estar a la sombra del marqués, sino a ocupar su lugar. Puede que busque casarse con Alonso (aunque eso parece poco probable), o simplemente despojarlo de todo poder simbólico hasta que solo quede su nombre… mientras ella actúa, decide y representa.
Este movimiento no es explícito, pero está ahí, en cada gesto, en cada escena. Ella paga, dona, organiza, impone y representa. Y si nadie la frena, muy pronto La Promesa no será el hogar de los Luján, sino el palacio de Leocadia de Figueroa.
El futuro del marquesado pende de un hilo, y solo Catalina parece tener la capacidad —y el valor— de plantar cara a esta invasión silenciosa. Pero necesitará algo más que buena voluntad. Necesitará recuperar el peso simbólico, la visibilidad y el prestigio de su linaje… antes de que Leocadia lo borre todo.
💥 Leocadia no solo ha invadido el poder. Ha comenzado a reescribir la historia de los Luján… y lo está haciendo con su propia pluma.