La calma aparente en La Promesa está a punto de romperse. Una velada de celebración se convierte en el epicentro de un terremoto emocional cuando don Lisandro, con una sonrisa enigmática, anuncia públicamente el nombramiento de Catalina y Adriano como Condes, con la aprobación del mismísimo rey. Las palabras caen como un rayo sobre la sala, paralizando a los invitados. Nadie, ni siquiera los propios protagonistas, está preparado para lo que ese título significa realmente.
Catalina, aún con el rostro iluminado por la sorpresa, toma el brazo de Adriano, que apenas consigue disimular el temblor en sus manos. La promesa de un ascenso nobiliario que parecía un premio, se transforma al instante en una carga que pone a prueba lealtades, secretos y la fortaleza de su amor. Las miradas entrecruzadas, los murmullos y el silencio posterior no hacen más que confirmar que algo profundo ha cambiado en la dinámica de poder.
El Duque de Carvajaliz y Fuentes, testigo imperturbable del acto, mira con frialdad contenida, sabiendo que los títulos nobiliarios no borran antiguas rivalidades ni pactos secretos. Para él, esta elevación puede ser tanto una oportunidad como una trampa cuidadosamente colocada. Catalina, confundida y con el corazón en un puño, comienza a preguntarse si el honor que acaba de recibir es un regalo envenenado, una forma de amarrarla a un linaje con más sombras que luz.
Como si lo anterior no fuera suficiente, don Alonso pide solemnemente a los nuevos condes que acepten el lazo que los unirá de por vida, pero la mirada de Adriano delata sus dudas. ¿Por qué teme este compromiso? ¿Qué oculta el linaje de Carvajaliz y Fuentes que lo hace vacilar ante todos?
Mientras tanto, en los pasillos del palacio, los movimientos paralelos son igual de decisivos. Rómulo, el mayordomo de confianza, anuncia su marcha definitiva del servicio, y con él, Emilia también se despide, dispuesta a empezar una nueva vida fuera de los muros cargados de secretos. En un gesto de nobleza, don Alonso salda una antigua deuda, entregando a Rómulo un sobre repleto de monedas de oro, símbolo de gratitud y lealtad. Pero incluso este acto aparentemente honorable está impregnado de tensión. ¿De qué más se despiden estos dos pilares silenciosos de la Promesa?
En otro frente, la figura imponente de Leocadia reaparece como sombra implacable, recordando cómo expulsó a su hija Ángela por haberse enamorado de Curro. Ese exilio, disfrazado de corrección maternal, fue en realidad un castigo cruel, una forma de silenciar un escándalo. Pero lo que Leocadia no esperaba es que Ángela volvería… con sed de justicia y verdad.
Y ese regreso está más cerca de lo que nadie imagina. Ángela, que partió con lágrimas y un billete a Zúrich en la mano, regresa convertida en una mujer decidida, con una sola misión: desenmascarar a Jacobo y derribar la red de mentiras que la desterró. Sus pasos resonarán en los pasillos del palacio, y su presencia será un desafío abierto a todos los que intentaron borrarla.
Pero no es la única batalla en curso. En los jardines, el frío duelo verbal entre don Lisandro y el duque Carvajaliz y Fuentes alcanza nuevas cotas, discutiendo el alcance del poder, la fidelidad al rey y el verdadero significado de una promesa. Detrás de palabras educadas se esconden amenazas veladas, pactos rotos y un juego de poder que puede incendiar toda la estructura nobiliaria.
Mientras tanto, en un rincón apartado, Curro, Pía y Lóe descubren una pequeña botella con aroma a almendras amargas. Sospechan, con razón, que podría contener cianuro. Para probarlo, aplican una gota a una planta… y en pocas horas, la maceta se marchita. La muerte se esconde en pequeños frascos, y alguien en La Promesa está dispuesto a usarla.
Como si fuera poco, el amor prohibido entre María Fernández y el sacerdote Samuel entra en una etapa desgarradora. María, consumida por la culpa, presiona a Samuel para que confiese públicamente sus pecados. Pero esa confesión puede costarle todo: su vocación, su futuro, incluso su libertad. En una escena tensa, frente a ojos inquisidores, Samuel rompe el silencio y confiesa su caída, una declaración que podría marcar su fin como sacerdote… pero también el nacimiento de un amor imposible.
Por si todo esto no fuera suficiente, un mensajero anónimo entrega un documento con revelaciones que cambiarán la historia: un pacto ancestral de sangre une a dos familias rivales, en un acuerdo sellado con mentiras y secretos. El lector del documento, que podría ser don Lisandro o el mismísimo duque, tendrá en sus manos la llave de una traición centenaria. ¿Se atreverá a revelarla? ¿O preferirá enterrar la verdad junto con los muertos?
Y, como siempre en La Promesa, el misterio se entrelaza con el peligro. Manuel responde por carta a Esteban Menéndez, el empresario obsesionado con unos motores de avión escondidos. ¿Qué pretende? ¿Un complot militar? ¿Una alianza con enemigos del reino? Nadie lo sabe, pero todos lo temen. Cada decisión, cada palabra, cada mirada encierra un riesgo.
El episodio concluye con más preguntas que respuestas, pero una certeza recorre cada rincón del palacio: Ángela ha regresado, y no busca reconciliación… busca justicia. Jacobo, Leocadia y todos los que jugaron con su destino pronto pagarán el precio. Porque cuando la promesa se rompe, lo que queda es venganza.
¿Estás listo para lo que se avecina? Porque la próxima entrega de La Promesa sacudirá tus certezas, romperá tus esquemas y te enfrentará al lado más oscuro del alma humana. Y Ángela… está dispuesta a todo.