Ya sabíamos que ambos compartían un pasado. Sus intercambios siempre han estado marcados por una complicidad ambigua, llena de medias palabras y silencios estratégicos. Pero lo que se desvela ahora es mucho más explosivo: un vínculo secreto, íntimo y antiguo que tiene nombre y rostro. Y ese nombre es Ángela.

Ángela, la joven que acaba de regresar con ímpetu y rebeldía, tras años internada en el extranjero, es mucho más que una simple hija para Leocadia. Según se empieza a intuir entre susurros y miradas evasivas, podría ser también la hija ilegítima de don Lisandro. Sí, ese mismo duque altivo, arrogante, que proclama fidelidad absoluta a la Corona pero cuya vida personal es un mapa de escándalos soterrados.

El carácter machista y soberbio del duque queda en evidencia cuando se dirige a Leocadia con desdén: “Que seamos amigos no te da derecho a tomarte tantas confianzas conmigo. Yo solo rindo cuentas ante su majestad… y mucho menos ante una mujer”. Con esas palabras, queda claro que entre ellos hay algo más que jerarquía o amistad. Hay una historia pasada que lo une… y que le incomoda profundamente.

Pero Leocadia no se deja achicar. “No soy una mujer cualquiera”, le responde con firmeza. Y tiene razón. Ella ha sido muchas cosas: amante del Barón de Linaja, del temido Lorenzo de la Mata… y posiblemente también de don Lisandro. Su historial está plagado de relaciones estratégicas, aprovechadas al máximo para escalar en poder e influencia. Y es justo por eso que este secreto —la paternidad de Ángela— no puede salir a la luz.

Durante años, Lisandro habría estado sosteniendo económicamente a Leocadia, pagándole una manutención secreta para la joven, justificando sus estudios en el extranjero. No por bondad, sino por miedo. Porque de saberse la verdad, su reputación como noble leal y digno se desmoronaría. Y Leocadia, por su parte, ha sabido jugar sus cartas, manteniendo a su hija lejos, fuera de escena, mientras en La Promesa tejía sus propias redes de poder e influencia, metida hasta el fondo en los asuntos más turbios del palacio.

Pero ahora todo cambia. Ángela se niega a regresar a Suiza tras una brutal discusión con su madre. Decide quedarse en los jardines de La Promesa, acampando literalmente al raso. Su presencia constante y decidida es una amenaza directa para el frágil castillo de mentiras que su madre y Lisandro han construido durante años. Cada mirada inquisitiva de la joven, cada pregunta sin respuesta, aprieta la soga alrededor del cuello de los culpables.

Curro, al tanto de los roces entre madre e hija y de la verdad que parece flotar en el ambiente, se debate entre ayudar a Ángela o mantenerse al margen para evitar la ira de Leocadia, quien ya ha amenazado con despedir a cualquiera que se interponga. Sin embargo, los espectadores no dejan de especular: ¿por qué no guiar a Ángela hacia el pasadizo secreto que conecta directamente con la habitación de Cruz —donde ahora vive Leocadia— y dejar que ella misma descubra la verdad?

Incluso se plantea que Ángela podría refugiarse en la vieja cabaña de Ramona en el bosque, un lugar más digno que pasar las noches al aire libre. Pero lo importante no es dónde se refugie, sino lo que simboliza su estancia: el regreso del pasado, el juicio de los secretos, el despertar de la verdad.

Mientras tanto, Lisandro está inquieto. No le basta con despreciar a Leocadia en público; teme lo que ella pueda soltar en un arrebato. La postiza, como muchos la llaman, guarda más de un as bajo la manga. Y si bien ha sido útil durante años, podría volverse un problema si pierde el control. Las tensiones entre ellos son cada vez más visibles, y la fachada de armonía se resquebraja.

Lo más desgarrador del asunto es que Ángela no sabe quién es realmente su padre. La única que lo sabía con certeza, Eugenia, se llevó ese secreto a la tumba. Pero hay más personas dentro de La Promesa que podrían conocer la verdad… y con cada día que pasa, la posibilidad de que se revele es más real.

Este gran secreto es una bomba de tiempo. Si estalla, arrastrará consigo no solo a Lisandro y Leocadia, sino también al equilibrio de poder entre los Luján, los sirvientes y todos los que orbitan alrededor del palacio. Porque si algo ha enseñado La Promesa es que nada permanece enterrado para siempre. Ni los muertos… ni los secretos.

Esta semana, los ojos estarán puestos en Ángela. Sus pasos, sus decisiones, su instinto para descubrir la verdad serán el epicentro del drama. ¿Logrará desenterrar el pasado? ¿Se enfrentará a su madre? ¿Se enterará finalmente de quién es su verdadero padre? Y si lo hace, ¿podrá perdonar?

El tiempo corre. La tensión se espesa. Y en el corazón del palacio, entre los ecos de los suspiros y las promesas rotas, un secreto late con fuerza, a punto de explotar.

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