LA PROMESA AVANCES – CURRO TENÍA RAZÓN: ¡LORENZO INVOLUCRADO EN LA MUERTE DE JANA!

 


La promesa avances.

Nadie en el palacio, ni siquiera aquellos que conocían a Curro desde siempre, habría podido imaginar lo que estaba a punto de ocurrir aquella noche silenciosa. El joven, siempre visto como un simple sirviente, humilde e invisible para la nobleza, se encontrará frente a una encrucijada capaz de cambiar no solo su vida, sino también el destino de toda La Promesa. Una verdad largamente callada, una propuesta inesperada y un gesto que romperá un vínculo profundo dejarán a todos sin aliento. Pero justo cuando todo parezca perdido, un giro inesperado alterará las reglas del juego. La gran pregunta es: ¿será demasiado tarde para él o ese instante marcará su renacer?

El jardín de la finca reposaba bajo un silencio extraño, como si las piedras y los árboles conocieran más secretos de los que querían revelar. Curro, sentado en un banco de madera gastada, cerraba los puños con rabia y agotamiento. Las sombras proyectadas por las luces del palacio parecían figuras del pasado que se negaban a liberarlo. Fue entonces cuando apareció Ángela, silenciosa, como empujada por una fuerza invisible. Su vestido ligero brillaba bajo la luna y en su mirada ardía la determinación. Se detuvo frente a él y con un susurro rompió el aire: “Has trabajado demasiado hoy”. Sin embargo, enseguida añadió con tono firme: “Tenía que hablar contigo”.

La Promesa - Curro tiene un sospechoso principal del asesinato de Jana

Curro, agotado, levantó la mirada. Ángela se sentó a su lado y, tras respirar hondo, lanzó una confesión que lo sacudió: “Se trata de ti… eres el hijo del marqués, aunque nacieras de una criada, en tus venas corre sangre noble”. El joven reaccionó con amargura: “La sangre no basta, Ángela. Ni mi padre ni la corona me reconocen. Para todos sigo siendo un sirviente”. Ella le apretó el brazo suplicándole que no aceptara resignarse, pero Curro ya contemplaba el horizonte como si quisiera huir de él: “Estoy cansado de servir, cansado de fingir. Cada día busco justicia para mi hermana, pero cada vez me siento más lejos de ella”.

En ese momento reveló algo inesperado: “Estoy pensando en irme”. Ángela, sorprendida, exclamó: “¿Dejarlo todo?”. La respuesta fue un susurro: “Quizás sea la única forma de empezar de nuevo”. Y entonces lanzó la propuesta que heló el aire: “¿Y si vinieras conmigo?”. El corazón de Ángela vaciló. “Sabes que mi madre nunca lo permitiría”, murmuró. Pero él replicó con rabia: “¿Desde cuándo tu madre decide por ti?”. Ella intentó salvar la conversación con ternura: “Te amo como eres, pero no quiero que renuncies a ti mismo”. Curro, herido, se levantó con brusquedad y la acusó de no comprenderlo jamás. Luego, con palabras cortantes, la dejó sola en medio de las sombras del jardín.

De regreso a sus aposentos, lleno de furia, comenzó a vaciar cajones y a empacar sus pocas pertenencias. Allí lo sorprendió Lope, quien vio con incredulidad cómo su amigo se preparaba para abandonar el palacio. “¿Qué estás haciendo?” preguntó, pero la respuesta fue rotunda: “No soporto más este lugar. En dos días me marcho”. Lope intentó detenerlo, recordándole la búsqueda del agresor de su hermana, pero Curro estaba decidido: “Ya no importa. Para ellos siempre seré un bastardo. Tal vez lo mejor sea desaparecer”.

Lope, impotente, bajó a la cocina y compartió la noticia con Ángela. Ella, horrorizada, se negó a aceptarlo. Con determinación, a la mañana siguiente irrumpió en el despacho del marqués Alonso: “Debemos detenerlo. Piensa marcharse y no soporta más humillaciones”. El marqués, sorprendido y conmovido, admitió en voz baja: “Curro es mi hijo y lo amo. No puedo dejar que huya”.

Ángela entonces propuso una idea audaz: escribir a la casa real para exigir el reconocimiento de Curro. Alonso, tras dudar, aceptó y juntos redactaron la carta, alegando que el joven había sido clave en la caída de Lorenzo, mostrando valor y lealtad. El documento partió de inmediato, y para sorpresa de todos, la respuesta llegó ese mismo día con el sello real: Curro quedaba reconocido como noble por méritos propios.

Alonso, emocionado, corrió por los pasillos buscando a su hijo. Lo encontró en la entrada, con las maletas en la mano, dispuesto a cruzar la puerta. “Curro, espera” gritó con desesperación. El muchacho se detuvo, confundido, y fue Ángela quien lo alcanzó con lágrimas en los ojos: “No debes irte. La corona te ha reconocido. Todo por lo que luchaste ya es tuyo”.

Curro se quedó paralizado. El marqués, con voz temblorosa pero firme, se acercó: “Hijo mío, tendrás lo que siempre mereciste”. El joven, conmovido, dejó las maletas en el suelo y se sentó, temblando, incapaz de contener las emociones. Ángela le tomó la mano y sonrió: “Te lo dije, ahora todos verán quién eres en verdad”. Por primera vez, en sus ojos brilló la esperanza. “Entonces… ¿es cierto?”, preguntó con voz quebrada. Y ella respondió segura: “Sí, Curro. No eres un sirviente. Eres el hijo del marqués”.

La determinación regresó a su mirada. “Volveré. Esta vez nadie me subestimará”, declaró con firmeza. Ángela, feliz, lo abrazó prometiéndole apoyo eterno, mientras Alonso lo contemplaba con orgullo paternal.

Pero la calma dura poco en La Promesa. La llegada de Cristóbal encenderá una nueva tormenta. Enfurecido, castigará al servicio con una reducción de sueldos, provocando indignación entre los criados. Lope incluso sugerirá una huelga. Justo entonces, una figura inesperada aparecerá en escena: Rómulo, el antiguo mayordomo, regresa imponente envuelto en una capa oscura. Su sola presencia impone silencio.

La Promesa: Lorenzo golpea a Curro

Cristóbal intenta confrontarlo, pero el miedo se refleja en sus manos temblorosas. Rómulo, con una carpeta en la mano, revela la verdad ante Alonso y todos los presentes: Cristóbal no es un hombre leal, sino un asesino al servicio de nobles vengativos, y su nombre ni siquiera es real. El golpe final resuena como un trueno: Cristóbal es el padre de Ángela.

El palacio entero queda helado. Ángela, conmocionada, se enfrenta a una verdad que marcará su destino. Alonso, enfurecido, exige explicaciones a Leocadia, que se tambalea bajo el peso del engaño. Rómulo, con voz grave, exige justicia no solo por él, sino por todos los empleados. La tensión alcanza un punto de no retorno: se avecina una batalla de poder, lealtades y secretos que podrían sacudir los cimientos de La Promesa.

El regreso de Curro como noble reconocido, la revelación del oscuro pasado de Cristóbal y la intervención de Rómulo prometen un giro radical en los próximos episodios. La guerra por el control del palacio apenas comienza, y nada volverá a ser lo mismo.

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