Después de descubrir un frasco con cianuro escondido entre joyas y tras la confirmación del doctor Teodoro sobre la sustancia que mató a Hann, Curro se convence de que la joyería no es lo que aparenta. “No es solo un negocio”, afirma con gravedad. “Es una fachada. Un centro de operaciones para el crimen”.

Con la determinación marcada en el rostro, Curro regresa solo al lugar, fingiendo ser un comprador interesado. Lope lo acompaña discretamente. Ambos interpretan su papel con maestría, preguntando por joyas exclusivas, incluso con compartimentos secretos. La empleada, Esmeralda, no tarda en mostrar signos de nerviosismo, y Curro aprovecha la tensión: “Ya basta del teatro. Sabemos lo que ocultan. Sabemos que aquí se esconde veneno, mentiras… y muerte”.

Esmeralda, temblorosa, finalmente cede. Confiesa que desde hace más de un año, un hombre misterioso comenzó a manejar el negocio desde las sombras. No da su nombre ni se muestra, pero envía joyas con compartimentos ocultos, dentro de los cuales trafican sustancias como cianuro, morfina y opio. “Los clientes piensan que compran regalos, pero en realidad llevan muerte sin saberlo”, confiesa la mujer, con la voz quebrada.

Curro la presiona: “¿Quién es el dueño?”. Ella duda, pero termina revelando que ha recibido una carta, sellada y dirigida a Curro. “Me dijeron que te la entregara si aparecías. Que la abras sólo después de regresar al palacio”. Curro toma el sobre con precaución, sin saber que su contenido podría cambiarlo todo.

Afuera, el aire parece más denso. Lope, en shock, se pregunta si todo esto apunta a alguien dentro de La Promesa. ¿Podría Lisandro estar involucrado? ¿Leocadia? Curro guarda la carta y dice con voz firme: “Lo sabremos… pero no aquí”.

Mientras tanto, en el palacio, estalla otro conflicto. Ángela desafía a Leocadia, quien intenta enviarla lejos a un internado de prestigio. “¡No me voy! ¡Ya soy mayor y me quedo!”, grita la joven. Pero Leocadia, fría y calculadora, deja en claro que no permitirá que su hija se acerque más a Curro. “Claro que tengo miedo”, explota finalmente. “Porque tú no sabes quién es él realmente”.

El amanecer siguiente marca el inicio de un día decisivo. Curro y Lope parten hacia el palacio, con la carta sellada ardiendo como un secreto en el bolsillo. Una vez allí, Curro interrumpe una importante reunión y, con una valentía que deja a todos enmudecidos, señala a Lisandro frente a toda la familia y criados.

“Lisandro no es quien dice ser. Él es el dueño de la joyería Job. Es la mente detrás del tráfico, de las sustancias ocultas… ¡y del asesinato de Hann!”. La sala queda en silencio. Lisandro, sorprendido, intenta mantener la compostura. Pero la evidencia es clara. Las miradas se vuelven hacia él, y el velo cae.

Un rugido de voces y acusaciones se desata. Cruz, recién liberada, observa la escena entre lágrimas, consciente de que por fin, la verdad comienza a salir a la luz. Alonso permanece quieto, como si algo dentro de él se quebrara al descubrir que el peligro siempre estuvo tan cerca.

Lisandro, desenmascarado, intenta defenderse, pero la carta que Curro abre en ese momento, firmada con un sello azul, lo hunde aún más: en ella, se confirma su rol en el negocio clandestino. La carta incluso menciona a otras figuras poderosas involucradas, quizás incluso dentro de la nobleza.

La conmoción es total. Pía rompe en llanto. Lope aprieta los puños. Curro, aunque herido, se mantiene firme. “Hicimos justicia por Hann. Y esto solo es el comienzo. Porque no descansaré hasta que todos los culpables paguen”.

En los pasillos del palacio, Leocadia, que escuchó todo desde la sombra, aprieta los labios. Sabe que su mundo empieza a desmoronarse. Mientras tanto, Ángela, escondida detrás de una columna, sonríe con orgullo. Por fin, Curro ha demostrado quién es realmente: un hombre valiente, dispuesto a enfrentarse a todo por la verdad.

Pero esto no termina aquí. La red de mentiras es aún más extensa. La carta sugiere nombres, direcciones, incluso otras casas implicadas. La tormenta apenas comienza… y el palacio de La Promesa jamás volverá a ser el mismo.

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