Cristóbal desenmascara al Duque, Ángela se libera del contrato, y una red de corrupción estalla desde las entrañas de La Promesa. Mientras tanto, el corazón de la finca late entre amores prohibidos, traiciones inesperadas y nuevas alianzas que cambiarán todo.
La Promesa arde, no en llamas, sino en verdades que por fin encuentran voz. Cristóbal Ballesteros, el hombre que muchos creían un extraño, irrumpe como el huracán de justicia que nadie esperaba. Ante la mirada perpleja de todos, saca su placa y se presenta no como mayordomo, sino como inspector de policía infiltrado. La sorpresa congela el aire. El Duque de Carril, tan altivo y temido, queda arrestado por contrabando, secuestro y sospecha de asesinato. Esmeralda ha sido rescatada. Pero no todos celebran.
La red criminal, tejida con hilos de poder y nobleza, se desmorona. La caída del Duque no es solo un escándalo: es la primera ficha de dominó. La reacción en el servicio es silenciosa pero contundente. Muchos sabían, pocos hablaban. Ahora todo se paga.
Mientras tanto, Ángela rompe sus cadenas. La misiva del Marqués de Andújar, que revelaba un contrato de esponsales firmado por su padre como pago de una deuda, la dejó devastada. No era libre, ni siquiera después de haber gritado su independencia. Pero gracias a Germán de la Serna y la intervención de Alonso, logra anular legalmente el acuerdo. Su libertad ya no depende de la voluntad ajena. Es suya. Por fin.
Curro y Ángela se abrazan bajo el viejo roble, sellando su compromiso con una promesa que, a pesar de todo, sigue en pie. Son el símbolo de la esperanza, del amor que no se rinde, de la nueva era que se asoma en La Promesa.
Pero no todo son finales felices.
Catalina y Martina, después de una tensa batalla por el control económico de la finca, parecen encontrar un frágil equilibrio. Sus enfrentamientos han dejado heridas profundas, pero también revelan una verdad incómoda: La Promesa ya no puede sostenerse con las reglas del pasado. Solo reconstruyendo juntas podrán sobrevivir.
En la cocina, Toño introduce a Enora, una cocinera que promete revolucionar los fogones. Lope, escéptico, no confía. Pero algo más se cuece en esa cocina… y no son guisos. Hay demasiados ojos, demasiadas palabras no dichas. La tensión ya no se oculta. Se mastica.
Ricardo, relegado injustamente, se convierte en una pieza clave. Germán de la Serna lo recluta en secreto. Le revela que Ballesteros está allí como parte de una operación encubierta orquestada por un grupo de nobles leales a la Corona. Su misión: desenmascarar a los aristócratas corruptos que usan sus títulos como tapadera para el crimen.
Ricardo acepta. Su dolor se convierte en propósito. Ya no es solo un mayordomo humillado. Es los ojos y oídos de la operación en la planta baja. Su lealtad, su discreción y su conocimiento de cada rincón del palacio lo hacen invaluable. El juego de espías ha comenzado.
Curro, Pía y Vera, por su parte, no abandonan la búsqueda de la verdad. La desaparición de Esmeralda fue una advertencia. Pero también una llamada a la acción. En una peligrosa incursión nocturna en las dependencias del Duque, descubren una carpeta con nombres en clave: “Ópalo Negro”, “Lágrimas de Ángel”, “Polvo de Estrellas”… Nada es lo que parece. Con horror, descubren que no se trataba de joyas. Esos nombres encubrían una red de tráfico de drogas a gran escala, liderada por el propio Duque.
La desaparición de Esmeralda ya no parece un secuestro, sino una ejecución encubierta.
Pero aún hay esperanza.
Con Ballesteros al frente, la operación se acelera. Cada gesto del nuevo mayordomo, antes inquietante, ahora se revela estratégico. Las preguntas inocentes, los silencios calculados. Todo era parte de un plan. Ricardo, desde su nueva posición de infiltrado, observa con respeto. El rencor ha sido reemplazado por una alianza silenciosa. Dos hombres unidos por la justicia.
Mientras tanto, en las alturas del palacio, Martina desafía a Catalina y compra a escondidas un semental de cría con su propio dinero. La llegada del caballo negro provoca un estallido. Catalina, herida en su autoridad, la enfrenta. Las palabras se convierten en cuchillos. La colaboración entre hermanas muere ahí, en los establos, junto al animal que debía ser símbolo de progreso.
Pero el verdadero clímax llega con el arresto del Duque de Carril.
La escena es tensa, casi cinematográfica. Cristóbal, con una calma calculada, lee los cargos. El Duque intenta resistirse, pero está acorralado. No solo por la ley, sino por las pruebas irrefutables recolectadas por Ricardo, Pía, Vera y el propio Ballesteros. La caída del Duque sacude los cimientos de La Promesa.
Y en ese mismo momento, Ángela recibe la confirmación legal: es libre.
Libre de un contrato, libre de un pasado que la ataba, libre para elegir. La joven que antes hablaba con timidez ahora desafía a su madre y a Lorenzo sin titubear. “No me voy. La Promesa es mi hogar. Curro es mi vida.”
Su declaración no es solo personal. Es revolucionaria. En un mundo donde las mujeres aún son tratadas como propiedad, Ángela alza la voz. Y su voz resuena como un trueno en los salones del palacio.
Pero la felicidad nunca dura demasiado en La Promesa.
Justo cuando los vientos de cambio soplan con fuerza, una carta llega. El Marqués de Andújar, despechado, no se rinde. Aunque el contrato ha sido anulado, revela un nuevo secreto que pone todo en jaque. El contenido de la carta, aún desconocido por Curro, amenaza con arrastrar de nuevo a Ángela a la oscuridad de la que acaba de salir.
El pasado, al parecer, aún no ha terminado con ella.
Y La Promesa, aunque ha ganado una batalla… está lejos de haber ganado la guerra.