El equilibrio de poder en La Promesa está a punto de romperse de forma dramática. Cuando Leocadia de Figueroa pensaba que tenía todo controlado en el palacio, una aparición inesperada cambia por completo las reglas del juego. Eugenia Izquierdo, la mujer que muchos daban por acabada, reaparece en escena, recuperada, más fuerte que nunca y con una sola misión: recuperar lo que le arrebataron… empezando por su hijo Curro, y por supuesto, haciendo frente a quienes más daño le han hecho. La sorpresa de Leocadia al verla es un auténtico poema, y lo que sigue es una batalla silenciosa pero brutal entre dos mujeres con sed de justicia y poder.
Leocadia está instalada cómodamente en los aposentos de Cruz, disfrutando de su lectura como si fuera la nueva reina del castillo. Cree tener todo bajo control, desde el respeto (o miedo) de los sirvientes hasta la cercanía del marqués Alonso, a quien ha sabido manipular con astucia. Pero el destino le prepara una sorpresa: cuando escucha pasos en el pasillo, cree que es su hija Ángela con la merienda. Pero no. Quien aparece en el umbral de la puerta no es otra que Eugenia Izquierdo, de pie, firme, serena… y muy consciente de lo que está pasando.
La reacción de Leocadia es pura incredulidad. No sabe si está viendo un fantasma o si sus ojos le juegan una mala pasada. Lo que sí sabe, en lo más profundo de su ser, es que su reinado en el palacio acaba de ser amenazado de muerte. Eugenia no necesita levantar la voz. Su sola presencia es una declaración de guerra.
Lo interesante es que Eugenia no llega a ciegas. A pesar de su aparente fragilidad, está perfectamente informada de todo lo que ha sucedido durante su ausencia. Ignacio de Ayala, quien la ayudó a salir del sanatorio, seguramente le ha contado cada detalle: la caída de Cruz, la manipulación de Leocadia, los secretos que rodean a Curro, y la situación delicada del joven al tener que ser usado como peón político en un matrimonio no deseado. Pero Eugenia es astuta. Ha decidido actuar con calma, fingiendo cierta ingenuidad para ganar terreno sin levantar sospechas. Una lección silenciosa pero letal: la información es poder.
Mientras tanto, el palacio de los Luján vive un momento de transición. La maldad ha campado a sus anchas durante demasiado tiempo. Petra, por ejemplo, parecía imposible de redimir, pero la influencia del padre Samuel comienza a surtir efecto. Aunque María Fernández —con toda su sensatez— no termina de fiarse, y no es para menos. Petra ha demostrado ser volátil y traicionera. Cualquier atisbo de bondad podría ser solo una fachada momentánea.
Y luego está el infame Capitán Lorenzo de la Mata, esposo de Eugenia, que hasta ahora vivía su vida sin restricciones, creyendo que con su mujer encerrada en un sanatorio podía hacer lo que le diera la gana. Ahora, con Eugenia de vuelta y recuperada, sus días de libertad e impunidad están contados. ¿Será capaz de convivir con su esposa bajo el mismo techo? ¿O se marchará como un cobarde antes de enfrentar su pasado? Las apuestas están altas, y muchos espectadores cruzan los dedos para que Lorenzo desaparezca del mapa de una vez por todas.
Pero volvamos al núcleo de esta tormenta: Leocadia y Eugenia. Durante meses, Leocadia fue vista como la “nueva Cruz”, la mujer implacable que llegó a poner orden y enfrentarse cara a cara con los fantasmas del pasado. Su entrada triunfal al palacio fue una de las escenas más memorables, amenazando a Cruz, tomando su habitación, y ocupando un lugar privilegiado junto a Alonso. Incluso el capitán de la Mata la acusó de tener una estrategia militar para derrocar a su enemiga. Y quizás no se equivocaba.
Pero el problema con las usurpadoras es que siempre aparece alguien con más derecho, más legitimidad y más razones para quedarse. Y en este caso, Eugenia no solo es la hermana de Cruz, sino también la madre de Curro, y su presencia devuelve al palacio un equilibrio que ya parecía imposible.
La llegada de Eugenia podría marcar un antes y un después. Su intención inicial es clara: proteger a Curro. Cuando descubra los planes del marqués y Leocadia para casarlo por conveniencia, su reacción no se hará esperar. Eugenia no permitirá que su hijo sea utilizado como moneda de cambio. Además, promete comenzar a remover las aguas oscuras del pasado, incluyendo los secretos de Dolores y sus hijos, y el verdadero motivo detrás del encierro al que fue sometida.
Lo que sigue es un juego de ajedrez entre dos mujeres poderosas. Leocadia representa el presente corrupto del palacio, una mujer que usó el chantaje y la manipulación para imponerse. Eugenia encarna el pasado dolido, pero también la esperanza de un futuro distinto, uno donde la justicia, la verdad y el amor materno tengan lugar.
Todo indica que veremos una lucha sorda pero feroz entre ambas. Leocadia no va a ceder sin pelear, y Eugenia no ha regresado para ser una mera observadora. Si algo ha aprendido durante su reclusión es a esperar el momento justo para atacar. Su aparente debilidad es, en realidad, su mejor disfraz.
Y mientras tanto, el marqués Alonso, débil de carácter y fácilmente manipulable, se verá dividido entre las dos mujeres. Leocadia ha sabido halagarlo y manejarlo a su antojo, pero Eugenia llega con autoridad moral, con historia compartida y con la dignidad de quien ha sobrevivido al infierno.
En definitiva, lo que se viene en La Promesa promete ser una guerra fría entre la astucia y la verdad, entre el poder forjado a la fuerza y la justicia que regresa del olvido. Y tú, espectador fiel, no querrás perderte ni un solo segundo de este enfrentamiento épico.
Porque cuando Eugenia entra por la puerta, todo cambia. Y Leocadia lo sabe.
¿De qué lado estás tú? ¿Del poder usurpado o de la dignidad recuperada?
La partida acaba de comenzar.